En la arquitectura boliviana contemporánea, donde las tendencias internacionales suelen imponerse como brújulas estéticas, la obra de Alejandro Vázquez aparece como una anomalía luminosa: audaz, estructuralmente arriesgada, emocional, profundamente propia. Su edificio más celebrado, la Casa Levitae, no solo marcó un antes y un después en su carrera, sino que abrió un nuevo capítulo en la arquitectura paceña, un capítulo que se escribe entre la gravedad y la desobediencia.
Una vocación que tuvo que desviarse para encontrarse
Vázquez inició su vida universitaria en Ingeniería Civil, casi por inercia. Se formó entre fórmulas, cargas y equilibrios, pero algo en ese universo perfectamente lógico parecía insuficiente. La arquitectura llegó después, como un segundo intento… y como una revelación.
“Sentí plenitud”, recuerda hoy. Y esa plenitud fue la que lo llevó a graduarse con excelencia y, sobre todo, a encontrar aquello que ni él sabía que buscaba: una manera de pensar el mundo a través de la forma. Esa doble formación, ingeniero y arquitecto, terminaría definiendo su sello: estructuras que no solo funcionan, sino que narran; formas que no solo responden a la gravedad, sino que la interpelan.
Como muchos paceños, Vázquez creció mirando hacia arriba y hacia abajo. Su percepción del espacio se formó entre pendientes agresivas, neblinas inesperadas y abismos que parecen nacer en la misma calle. Diseñar en La Paz, dice, nunca es un ejercicio abstracto: es un diálogo físico con la montaña. Esa geografía no perdona timidez. Y quizá por eso sus proyectos tampoco la practican.
Casa Levitae: la vivienda que se animó a dejar el suelo
La Casa Levitae nació de una pendiente desafiante, casi provocadora. Allí donde cualquier manual sugeriría anclarse con cautela, Vázquez decidió hacer la pregunta que definiría el proyecto: Si la montaña se eleva, ¿por qué no la casa también?
Lo que siguió fue una obra que parece suspenderse entre la firmeza y el vértigo: un cuerpo masivo que se despega del terreno, avanzando hacia el vacío con una actitud casi obstinada. Las columnas inclinadas de hormigón armado sostienen la vivienda como si fueran los músculos tensos de un atleta a punto de saltar. El acero envuelve el conjunto en un cascarón irregular que lo hace parecer ligero en la contradicción de su masa. Levitae no pretende engañar a los sentidos; no quiere parecer liviana, sino estar en transición: pesada al nacer, liviana al elevarse.
Cada decisión estructural fue un desafío. Las cargas, impredecibles. La geometría, indómita. La obra fina, un rompecabezas tridimensional que obligó al equipo a repensar técnicas, procedimientos y hasta la forma de comunicarse en obra. “La casa te enseña a respetarla mientras la construyes”, comenta Vázquez, recordando el proceso casi artesanal que exigió la vivienda.
Al obtener el 1er Premio de la XV Bienal de Arquitectura del Bicentenario 2025, Vázquez sintió algo más que orgullo profesional. Sintió, ante todo, alivio. Durante años pensó que su búsqueda estética (arriesgada, tectónica, incómoda) no tenía espacio en un mercado dominado por líneas limpias y tendencias minimalistas. El premio fue la confirmación de que el riesgo también tiene cabida, incluso cuando la corriente empuja hacia lo seguro.
Un neo-deconstructivismo con humanidad
A Vázquez se lo vincula con un lenguaje “neo-deconstructivista”. Él lo acepta, pero con matices. Admira el impulso radical del deconstructivismo de los años 80, pero reconoce sus excesos: espacios inhóspitos, formas que olvidaban al usuario. Su propuesta busca otra cosa: recuperar la emoción, la relación humana con el espacio. Desobedecer, sí. Pero sin perder de vista al habitante.
Aunque la Casa Levitae se ha convertido en su manifiesto arquitectónico, Vázquez recuerda con afecto otro hito: Casa Petrus (2016), cuya publicación internacional confirmó que su lenguaje podía viajar y dialogar con otras latitudes. Hoy, dirige su estudio bajo un lema provocador: “Arquitectura para Algunos”. No por elitismo, sino por honestidad: su obra no busca la aprobación masiva, sino la resonancia auténtica.
Hacia un pensamiento que sobreviva a la obra
Alejandro Vázquez no busca dejar únicamente edificios; quiere dejar una actitud. Un pensamiento que invite a cuestionar, a desobedecer lo cómodo, a explorar caminos que no vienen garantizados. Quiere, en sus palabras, “comprender quiénes somos y cuál es nuestro papel como custodios del mundo”. Y quizás por eso su obra más emblemática sea una casa que se eleva. Porque en un país donde la arquitectura aún busca su voz, Casa Levitae se atreve literalmente a despegar, como un recordatorio silencioso de que también aquí es posible pensar y construir de otra manera.
